lunes, 17 de noviembre de 2014

Me encanta mi trabajo, ... si, me siento una persona privilegiada, no sólo tengo trabajo, sino que además disfruto con él, aún a pesar de las muchas dificultades que se van sumando en el día a día. 

Se hacen notar las consecuencias de la precariedad en la que viven algunas familias, sobre todo económica como consecuencia del desempleo, pero también de esperanza, se nota el cansancio y el desencanto. También entre el profesorado en ocasiones se nota esta desesperanza, cuando nos puede la inmediatez, cuando la carga de trabajo no nos deja espacio para parar y reflexionar, para encontrarnos con los iguales y con algún@s alumn@s en particular, cuando no entendemos el sinsentido en el que a veces nos mete la administración educativa, ... 

Pero ahí están ell@s, los alumnos y las alumnas, demandando energía, emanando energía, siendo motor de todos los procesos, saltando, riendo, riñendo, amando, aprendiendo, jugando, criticando, llorando ...  y todo como si en ello les fuera la vida. Ell@s son los que nos mantienen alerta, en marcha, trabajando, atent@s, viv@s, esperanzad@s, ilusionad@s, activ@s, ... Me encanta pasear por los pasillos y el hall cuando están ell@s, dejarme impregnar de juventud y energía ...

Y hoy me preguntaba por qué dejamos que cada día de los que estamos con ell@s corra el peligro de convertirse en rutina. Deberíamos sorprenderles de vez en cuando, hacerles reír, montar alguna performance en un cambio de clase o en el recreo, provocarles, ... pero sobre todo hacerles reír.

La risa es una gran herramienta terapéutica, que influye positivamente en la dinámica del grupo, es buena para la salud, para la memoria, para el cerebro, ...

Deberíamos pensar más a menudo en generar espacios de felicidad en el centro educativo.

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